lunes, 16 de junio de 2014

LA LEY DEL TALIÓN

(Mt 5, 38-42)


En su momento, la ley del talión, recuerdo aquella película de Richard Widmark, fue un un avance que, limitaba la venganza y el odio, al daño equivalente sufrido. No se podía pasar de ahí y eso evitaba ensañamientos desproporcionados y abusivos. Sin embargo, la venganza engendraba más violencia y la prolongaba en el tiempo extendiéndola a las futuras generaciones y familias.

Es el amor lo que termina con la violencia. A una respuesta de amor frente a una violencia, las consecuencias son extremadamente opuestas. El amor apaga la venganza y extingue el odio. Es verdad que exige un acto supremo de humildad y de humillación que controla la soberbia y siembra la paz en el amor.

Experimentamos que el amor no siempre apetece ni seduce; experimentamos que el amor exige renuncia y sacrificio; experimentamos que el amor, a veces incómoda, y cuanto más lo hace, más ama. Experimentamos que el amor cuando más duele es más verdadero y sus efectos derivan en una convivencia en paz y armonía. No se trata de sufrir sino de amar, y cuando se ama se soporta y se encaja el dolor y sufrimiento.

Pero, a nadie se le esconde que enfrentarse a eso supone una gracia especial que no tenemos. Es más, diría que solo no podemos. Necesitamos la fuerza del Espíritu, que une al Padre y al Hijo desde el principio y que se proyecta en nosotros para, por su Gracia, unirnos a nosotros también en el Amor.

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