martes, 16 de agosto de 2011

CUANTAS VECES LO HEMOS OÍDO (Mt 19, 23-30)


Sí, lo hemos oído muchas veces, infinidad de veces, pero siempre acabamos mirando para otro lado u olvidándonos del significado que esas palabras encierran. Las riquezas no son buenas consejeras y, aunque aparentemente nos apetecen y nos prometen felicidad, luego no esconden sino frustraciones y desengaños. En el fondo quedamos vacío.

Y lo sabemos, pero no renunciamos a ellas. Nuestra debilidad es más fuerte que nuestra voluntad y caemos en el egoísmo de desearlas para nuestra propia satisfacción, para nuestras comodidades y placeres. Pensamos sentirnos seguros y poderosos con ellas, y nos olvidamos de los demás. Algo así sucedió con el joven rico, y sucede con muchos de nosotros.

Y hay muchos tipos de riquezas. Las hay de pobres y de ricos; de soberbios y vanidosos; de suficientes y prepotentes; de vicios y drogas; de sexo y placeres; de muchas cosas que terminan por constituirse en nuestros propios dioses. Pero sólo uno es el DIOS que realmente salva y llena plenamente. Y ese es JESÚS.

Por eso, SEÑOR, lejos de buscar recetas, de pedirte
fuerzas y aliento, quiero rendirme a tu
misericordia y entregarme a tus
brazos amorosos para
unido a TI seguirte
a pesar de mis 
contradicciones y miserias. Amén.

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