martes, 27 de marzo de 2018

LEJOS DE JESÚS TODO SE HACE OSCURIDAD

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Jn 13,21-33.36-38
Todos tenemos experiencia de fracasos y decepciones, pero sería malo no aprender de esos fracasos. Cuando queremos emprender el camino por nosotros mismos, creyéndonos preparados y autosuficientes, la oscuridad empieza a apoderarse de nuestra vida. La parábola del hijo pródigo -Lc 15, 11-32- nos lo deja ver muy bien, y se repite con mucha frecuencia en nuestras vidas.

El pecado, siendo el veneno que nos mata y nos aleja de Dios, no es lo más importante, porque ante él está la Misericordia de Dios. Estaríamos hablando de condenación sin la Pasión del Señor. Precisamente, esta Semana grande nos visualiza el Amor de Dios y su Misericordia. A pesar de nuestros pecados y ofensas estamos salvados si así lo decidimos. Eso supone creer y confiar en el Señor.

Nunca perdamos de vista nuestra condición de pecadores, los somos y estamos sometidos a pecar en cualquier momento. Esa es nuestra condición humana, heridos por el pecado original que ya, en el Bautismo, limpiamos por la Gracia del Espíritu Santo para, con Él, superar todas las pruebas y dificultades que nos irán saliendo al paso en nuestro camino. Nuestro destino es destino de cruz y necesitamos ir bien acompañados para no desfallecer y levantarnos.

Pero, nunca desesperemos por nuestros muchos pecados. Tengamos siempre la confianza de levantarnos y de regresar a la compañía del Señor. Él ha venido para eso, para purificarnos y darnos santidad. Sabe y conoce nuestros pecados, pues por ellos ha dado su Vida, y desde la Cruz nos ha lanzado ese grito de Misericordia a todos aquellos que estamos dispuestos a recibirla. Siempre hay tiempo, y siempre estamos a tiempo. 

Lejos de Jesús no hay esperanza de salvación. Todo se oscurece y, aunque el mundo nos ofrece falsos espejismos que nos deslumbran en primer momento, pronto se desvanecen para volver al vacío y la vaciedad. Volvamos a la luz y dejémonos alumbrar por la Gracia del Espíritu Santo.

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