sábado, 23 de diciembre de 2017

JUAN ES SU NOMBRE

Lc 1,57-66

Uno de los signos más significativos de la verdad y, por supuesto, de la existencia del Hijo de Dios, el Mesías prometido y enviado, son las profecías que, siglos antes, se descubren, proclaman y profetizan anunciando el nacimiento que, pronto, celebra la Iglesia. La primera lectura de la liturgia de hoy nos dice: «Esto dice el Señor: ‘Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de Mí’» (Mal 3,1). Y, desgraciadamente pasan desapercibida a los ojos de muchos que protestan y buscan signos que le den pruebas y señales de la venida del Señor.

El cambio de nombre, en el Plan de salvación, tiene siempre un significado que descubre una nueva misión. Como un cambio de rumbo o un nacimiento hacia una vida nueva. Esto sucede con muchos personajes del nuevo testamento, tal es el caso de Simón u otros. Juan es el último profeta, puente entre en Antiguo. y el Nuevo Testamento, que da paso al comienzo de la vida pública de Jesús.

A Juan le correspondía, por tradición y herencia paterna, el nombre de su padre Zacarías. Sin embargo, le fue impuesto desde el seno de su madre Isabel el nombre de Juan. Había sido elegido desde su concepción para una misión concreta: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: ‘Enderezad el camino del Señor’» (Jn 1,23). Juan nos señala un camino de conversión, que pasa por el arrepentimiento y la humildad. 

No es fácil. Endereza el camino de nuestra vida cuesta, pero es imprescindible y necesario. Y si quieres seguir al Señor ese es el camino y la manera de recorrerlo. Tampoco te desesperes porque tropieces, porque caigas repetidas veces, pues la humildad es la que te ayuda a levantarte. Y cada levantada es un abrazo que das al Señor y que Él acepta con verdadero amor. Así que camina y camina apoyado siempre con las muletas de la oración, del servicio y la humildad. Terminarás por vencer.

No te preocupes, ten siempre en cuenta que: «Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). El Señor nos estará esperando siempre, pues ha venido para eso, para cenar con cada uno de nosotros e invitarnos a su Casa para estar con Él eternamente. Esa es la verdadera Navidad que debemos buscar y celebrar, la de dejar entrar al Señor dentro de nuestro corazón.

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