viernes, 10 de noviembre de 2017

INQUIETUD Y ASTUCIA

Lc 16, 1-8
No se entiende mucho como se puede pasar por la vida sin hacerse unas preguntas, que diría, son de vital importancia. Imprescindible interpelarse al respecto, porque va en ello nuestra felicidad y nuestra vida. Sin embargo, y para asombro del mundo, sucede así. Mucha gente pasa desapercibida por la vida, no respecto a hacer cosas importantes, que todas las bien hechas lo son, sino por su pasividad y poca inquietud en buscar la verdadera felicidad a la que todos estamos llamados.

Sí, el Evangelio de hoy pone el dedo en la llaga. Son más astutos los hijos de este mundo que los de la luz, pues ante las dificultades de la vida se ponen las pilas y, astutamente, buscan la manera y la forma de solucionar sus problemas y sostener sus vidas lo mejor posible. Pero, ¿y los hijos de la luz? Los que hemos recibido la fe por el Bautismo y somos creyentes. ¿Qué hacemos por escuchar, entender y vivir la Palabra de Dios? ¿Acaso no es esta el mejor seguro de vida y de felicidad eterna?

¿Qué hacemos con los talentos recibidos? ¿Los ponemos todos en ebullición y a pleno rendimiento? ¿O, por el contrario, los dejamos enterrados, sin arriesgar nada, hasta el fin de nuestra vida? ¿Acaso no conocemos que estamos llamados a vivir una Vida plena, gozosa y eterna? Luego, ¿por qué entonces no la buscamos? ¿Nos falta fe? ¿Decimos que creemos, pero no terminamos por creérnoslo? Realmente tenemos que consentir y afirmar que es verdad, los hijos de este mundo son más audaces que los hijos de la luz.

Quizás nos falte conocer mejor al Señor y confiar plenamente en Él. Tenemos todas las ventajas para salir victorioso del combate. De ese combate de cada día contra nosotros mismos y contra las tentaciones de todo tipo que nos asedian. 

El Señor no nos abandona y el Espíritu Santo nos asiste, nos conforta, nos alienta y nos da la sabiduría necesaria para, fortalecidos en Él, superar todas las dificultades y vivir en la Voluntad de nuestro Padre Dios.

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