viernes, 3 de noviembre de 2017

EMBADURNADOS DE HIPOCRESÍA

Lc 14,1-6
Huele mal este olor a engaño,  a apariencia, a falsedad que corrompe y miente. Un perfume que desprende un olor, en principio, que atrae y gusta, pero que pronto se envenena y apesta de hipocresía y mentira. Y que en nada se parece al perfume de la verdad, de la sinceridad, de la buena intención y la pureza del corazón bien intencionado.

La mentira se esconde dentro de la mala intención. Una intención sepultada en el egoísmo de servirme y de tomar para mí lo que me satisface y me gusta por encima de los demás. Una hipocresía que me hace mentir para excluir y ponerme yo en el lugar del otro. Una hipocresía donde lo primero son mis intereses y luego los de los demás, y de los que no me importa sus problemas, sufrimientos y penalidades.

Es más fácil cumplir que vivir en el espíritu del cumplimiento. Adaptarse al cumplimiento de la Ley y vivirla con estricto cumplimiento, a pesar de su dureza, no representa gran dificultad. Sobre todo para aquellos que la dominan y la promulgan, y la contemplan desde su propia vivencia y para sometimiento de los demás.

 En casa del herrero, cuchara de palo. Este adagio, basado en la experiencia, se cumplía ayer y se cumple hoy. Los judíos, para y con quienes Dios había hecho una Alianza, la rechazan y se aferran a sus propias leyes y tradiciones. Y hacen de la Ley su propio dios, dejando al margen el espíritu de la Ley y el amor al prójimo. Leyes, como la del sábado, que quedan en ridículo ante los hechos y las Palabras de Jesús:  «¿Es lícito curar en sábado, o no?».

¿Qué respondemos nosotros? Porque lo que importa ahora es nuestra respuesta. Ellos, los de aquel tiempo, contemporáneos del Señor, se quedaron en silencio. No supieron que responder. Pero, ¿y tú y yo ahora, qué respondemos? Quizás tengamos que mirar si nosotros respetamos y vivimos en el espíritu de la Ley o la aplicamos como aquellos fariseos.

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