martes, 17 de octubre de 2017

LAS OBRAS NO NOS SALVAN

Parece una contradicción, pues repetidamente hemos declarado que la fe sin obras no surte efecto. O lo que es lo mismo, no nos vale de mucho. Queremos puntualizar que lo verdaderamente importante es la fe. Creer en Jesús, Muerto y Resucitado. Sin fe todas nuestras obras están muertas, y se explica y razona muy fácil y de manera simple.

Si actúas sin fe, dejas medianamente claro que actúas por ti mismo, por tu libre albedrío y en tu provecho personal. Es obvio pensar así. Cuando haces una cosa por tu decisión personal, se supone que la haces por y para ti. Aunque esa cosa beneficie a alguien, que siempre te dará las gracias a ti. Es, pues, para tu gloria. Es eso lo que queremos significar. Las obras no nos salvan si no se hacen por la fe en Dios y para su Gloria.

Está claro, no nos contradecimos, que cuando la fe está bien fundamentada e injertada en el Señor, la acción del Espíritu Santo nos impulsa a actuar y a traducir nuestra acción en frutos buenos para el bien de los demás. Son las obras que reclama la fe. Aludiendo a Santiago -St 2, 18- coincidimos con él que una fe sin obras es una fe muerta, y que son las obras las que descubre y manifiestan tu fe.

Sucede que muchas veces nos quedamos en la superficie, en las tradiciones y en las costumbres que se van añadiendo a la convivencia de cada día. La Ley habla de lo fundamental, del amor y sus consecuencia. La Ley está resumida en el decálogo, y estos contenidos en el Amor a Dios y al prójimo. Y es ahí donde debemos movernos y ser auténticos. Lo demás, sin dejar de ocupar su lugar no reviste importancia para romper nuestra amistad con Dios y con los hermanos.

Limpiemos, pues, nuestros corazones; purifiquemos nuestro interior y, sin dejar de cuidar nuestro exterior, tengamos en cuenta que es el interior lo que debe brillar por sus buenas intenciones, su verdad y justicia y, sobre todo, por su amor misericordioso.

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