domingo, 13 de agosto de 2017

UNA CONSTANTE AMENAZA

La vida camina amenazada. Cada día es una nueva ocasión para hacer el bien, pero, también, para hacer el mal o para caer en la trampa del pecado. Vivimos en constante amenaza y, repentinamente y al instante se levanta una tempestad o se desata un fuerte viento huracanado. Y nuestra vida, desorientada, cambia de rumbo y de dirección.

Por eso, tenemos que estar bien centrados en Aquel que es capaz de caminar sobre las aguas, someter los vientos y las bravas y gigantes olas del mar. Quedarnos afuera, a merced del mar de la vida, y sólo antes las tempestades que el camino de nuestra vida nos presenta, es quedarnos a merced del demonio que nos somete y nos pierde.

Jesús camina sobre las aguas para demostrarnos su Poder sobre el mundo. Asidos a Él nada nos puede dañar ni hundir. Pero, si como Pedro, desviamos nuestra mirada en Él y nos quedamos anclados en las cosas de este mundo, sucumbimos a sus tempestades y nos hundimos. Siempre tenemos el recurso de rogar al Señor por nuestra salvación. Ha venido para eso, y su bendita Mano siempre está tendida para asirnos y salvarnos.

Pero, también, tenemos que estar protegidos y cobijados en la barca de la Iglesia. Unidos y confiados al Señor, que a pesar de las tempestades de este mundo, sobrevive y se sostiene siempre centrada y dirigida por el Espíritu Santo, promesa del Señor a su Iglesia. 

Tengamos claro ese criterio. Jesús no es ningún fantasma ni un sueño o intuición. Jesús, el Señor, es el Hijo de Dios, de carne y hueso con Naturaleza humana, que bajado del Cielo y enviado por su Padre, ha venido a dirigir la barca de nuestra vida y a fortalecernos para sostenernos a flote y vencer todas las tempestades que este mundo nos presenta. Tengamos plena confianza en Él y, respondiendo a su llamada, caminemos sobre las aguas en la seguridad que, en las noches oscuras de nuestras propias tempestades, tendremos su Mano tendida para asirnos y salvarnos.

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