sábado, 19 de agosto de 2017

LIMPIEZA DE CORAZÓN

Mt 19,13-15
El corazón, aunque tocado y herido, nace limpio, lleno de inocencia y de buenas intenciones. Y, más todavía cuando es purificado y limpio de toda maldad con el Bautismo. El corazón de un niño es puro, inocente y limpio. Un corazón obediente, humilde y fiel.

¿Qué ocurre luego para que se contamine? En el camino y en la medida de su crecimiento, ese corazón, joven, puro y limpio, va endureciéndose y cambiando su pureza por impureza. La atmósfera viciada de tanta tentación y pecados, se contamina de egoísmos, y, en un mundo sembrado de malas hierbas por el Príncipe del mundo, valga la redundancia, nace la cosecha de la soberbia, de la envidia, de la vanidad, del poder y afán por las riquezas. Eso predispone a buscar los primeros puestos y excluir a los más débiles y marginarlos de la sociedad.

De esa forma, esos corazones contaminados quedan sometidos y esclavizados a los caprichos del mundo, siendo alejados de la Voluntad de Dios. Se hace necesario injertarlo en la Vida de la Gracia, para que sean liberados y purificados, transformándose en corazones puros y limpios y, por la Gracia del Sacramento de la Penitencia, regresados a la santificación y Gracia del Bautismo. Y, así, liberarlos de esa atracción humana de nuestra naturaleza herida y tocada por el pecado.

Ese camino de retorno o liberación consiste en la vuelta a la purificación. Es decir, volver a ser como niños, que significa recuperar el primer amor, la pureza, la obediencia, la humildad y la sencillez de un corazón inocente y bien intencionado. Un corazón joven, sin segundas intenciones, veraz y justo. Libre y abierto a la acción del Espíritu Santo. 

Un corazón confiado, entregado y firme. Un corazón disponible al servicio por amor, y fiel al compromiso de fe contraído en el sacramento del Bautismo. Un corazón de niño obediente a su Padre del Cielo, en el que pone todas sus esperanzas y a quien se confía plenamente.

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