miércoles, 5 de julio de 2017

LA LIBERTAD DE ELEGIR

(Mt 8,28-34)
La libertad es un don muy preciado, pero a la vez es una gran y arriesgada responsabilidad. Porque, dependiendo de la elección que hagamos, dependerá nuestro gozo y felicidad eterna. Así de sencillo y breve. Nos jugamos todo en la elección del camino a tomar. Quizás no somos muy consciente. Mientras tenemos vida nos parece que siempre hay tiempo, y nos cuesta mucho cambiar.

Estamos tan ciegos y sometidos que apreciamos más el valor económico de una piara de cerdos, que el poder de expulsar al demonio y liberar al hombre. A tanto llega nuestro juicio que invitamos al Señor a irse por los daños que nos ha causado. Tenemos delante de nuestros propios ojos al Libertador y Salvador, que nos ofrece Vida Eterna, y lo cambiamos por una piara de cerdos.

Y tanto egoísmo y ceguera nos lleva a rechazar el Amor de Dios. Somos las únicas criaturas que podemos limitar el Poder de Dios, y prohibirle entrar en nuestro corazón. No tomamos conciencia de lo que Dios nos quiere, hasta el punto que nos ha dado poder para rechazarle y no dejarnos abrazar y rendirnos en sus brazos. Esa es la Voluntad de Dios, y lo que nos da, entre paréntesis, un cierto mérito a nuestra salvación. Porque está en nuestro poder el aceptarla y tomarla, o dejarla y rechazarla.

Es un misterio, que no mereciendo nada, esté en nuestras manos la llave de nuestra salvación. Porque, aunque todo depende del Señor, Él ha dejado en nosotros la última decisión que nos dará la salvación. Nos ha creado libres y dependerá de nosotros responder a su oferta de salvación.

Todo lo ha dejado en nuestras manos. Si le rechazamos, no nos importuna. Nos deja y se marcha. Él ha pagado por nuestra libertad y felicidad. Y seremos nosotros los que perderemos, pues estando salvados y finiquitada nuestra deuda, la dejamos escapar y perder para siempre. Mira que somos tontos. Estamos cegados y esclavizados por el demonio. ¡Despertemos!

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