miércoles, 26 de julio de 2017

¿EN QUÉ TIERRA HA CAIDO MI SEMILLA?

(Mt 13,1-9)
Porque yo soy una semilla de esas que el Señor ha plantado. Dentro de mi corazón está plantada la semilla de la Palabra de Dios, pero también está el pecado. Ese pecado original que desde pequeño necesitamos limpiarlo para que nuestra tierra sea buena, profunda y pueda echar raíces. Y dar frutos.

Es posible que mi semilla no haya dado el fruto apetecido y que mi tierra no sea lo buena que deba ser. Necesito cuidarla, cultivarla y abonarla adecuadamente para que dé buenos frutos. Y eso no es cuestión, ni consiste en dedicarle un rato, sino toda una vida. Necesita tiempo y dedicación. Necesita una lucha diaria y constante, sin prisa, pero sin pausa En verano e invierno. En todo momento.

Porque hay muchos pajarillos que están atento a comerlas, o terreno pedregoso que no deja echar raíces. O, quizás peor, tierra poco profunda que no deja asentar bien sus raíces o abrojos y cizaña que las destruyen. Hay muchas dificultades que obstaculizan la semilla de la Palabra de Dios e impiden que sea escuchada. Cierran nuestros oídos y nos aislan y alejan de la Palabra. Por eso, el Señor, sabiendo de nuestras debilidades nos dice y advierte: "El que tenga oídos que oiga".

Es imprescindible y absolutamente necesario cuidar bien nuestra tierra. Y esos cuidados tienen lugar en la Iglesia, el jardín que nos cuida y nos da los medios, los Sacramentos, para regar y alimentar bien nuestras flores y frutos. Y estar preparados significa tener los oídos bien abiertos para escuchar la Palabra y tratar de responder según la Voluntad del Señor. Esa es nuestra misión, y, para eso necesitamos regar bien nuestra pobre tierra con la Gracia del Espíritu Santo, porque sólo en Él podemos dar los frutos que se espera de cada uno de nosotros.

Líbranos, Señor, de que la semilla de tu Palabra caiga en tierra mala y yo no sepa cuidarla ni reconvertirla en semilla de buenos frutos. amén.

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