martes, 9 de mayo de 2017

REVESTÍOS DE HUMILDAD

(Jn 10,22-30)
Hay una condición imprescindible, la humildad, pues "la arrogancia acarrea deshonra; la sabiduría está con los humildes"- Pr 11,2 -. No podemos entender a Dios, y menos su Misterio. De entenderlo ya Dios no sería Dios, porque el hombre, su criatura, lo entiende y lo puede abarcar. Por lo tanto, lo normal y lo lógico es no entenderlo. ¿Cómo, pues, queremos creer en Él sin entenderlo? Es de sentido común que necesitamos la fe.

Y la fe es un don de Dios. Sólo la podemos obtener aquellos que Dios se la concede, y así poder creer en Él. Pero, se hace también necesario pedirla y confiar en que Dios nos la conceda. Ahora, se nos ha dicho por activa y pasiva que Dios nos quiere salvar, luego, también querrá darnos la fe, pues sabe que nos es imprescindible. Sin embargo, hay una condición: Dios exige para darnos la fe que seamos humilde, y mientras no estemos revestidos de humildad, la fe se nos resistirá.

Igual que vemos cuando se hace de día por la luz del sol. Se hace imprescindible tener los ojos abiertos para ver, pues, aun siendo de día, si los mantenemos cerrados, se hace la oscuridad y no vemos. De la misma forma, la fe es necesaria para creer y entender el Misterio de Dios. 

Y es la fe la que nos lleva a relacionarnos con Jesús y a mantener con Él una estrecha e íntima amistad, porque en ella descubrimos que nos ama y nos lleva al Padre. Las consecuencias de esta relación, durante nuestro camino en esta vida,  es la Vida Eterna junto a Él en la Casa del Padre.

Tratemos de preguntarnos menos, de querer alcanzar el fruto del árbol cuando está muy alto para nosotros. Y busquemos, humildemente, nuestra relación con el Señor en su Iglesia y por medio de los Sacramentos. En ella y en ellos encontraremos la respuesta a nuestra fe y, revestidos humildemente, alcanzaremos la fe para creer fielmente en el Señor.

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