jueves, 27 de abril de 2017

MIRANDO A LO ALTO

(Jn 3,31-36)
Cuando vives con la mirada en lo alto, tus pasos y tu corazón palpitan de otra forma. Se nota y los que lo notan advierten algo diferente en su forma de mirar las cosas de aquí abajo. Muchos, en su afán de justificar su sorpresa, justifican esa actitud de angelismos y de tener los pies fuera de este mundo. Algo tendrán que decir para justificar sus posturas y sus formas de actuar en la vida.

Las cosas de este mundo son caducas, y aquí poco hay que mirar y decir. Todo está dicho y, de la misma forma que aparecen, desaparecen. Lo que pueda dar de alegría y gozo es efímero y no permanece. Nada se sustenta en el tiempo. ¿De qué, entonces, vale sujetarse a las cosas de este mundo? 

En la medida que pasa el tiempo nos vamos dando cuenta del camino que hemos elegido Hace poco una persona comentaba que miraba ahora la muerte de otra forma y, quizás, sus palabras escondían la tristeza de no estar conforme con la forma que había vivido. Otro, confesaba que cada noche reflexionaba sobre si sería esa la última, y se confesaba creyente, pero no practicante. Sin embargo, ninguno trata de indagar y buscar y, sobre todo, cambiar el rumbo de su vida.

Nunca es tarde para salir de las curvas de nuestra vida y tomar el atajo recto y derecho que conduce al verdadero camino. Nunca es tarde, porque Dios, tu Dios y el mío, nos espera. Pero eso te exigirá levantar la mirada y ponerla en lo alto. Porque sólo de lo alto viene la Verdad y la Vida, y Él, enviado por el Padre de lo alto, es el único y verdadero Camino que debemos seguir para alcanzar la vida eterna.

Levantemos la mirada y escuchemos la Voz que nos habla de lo alto, porque sólo Él tiene autoridad y nos trae la Voz del Padre, por el que es enviado. Y todos los que en Él creen tendrán vida eterna.

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