(Mt 5,13-16) |
No cabe
ninguna duda que tú eres ejemplo cuando haces las cosas bien. Los nombres de
las calles, las placas conmemorando un homenaje, las esculturas de ciertos
personajes hablan de que esas personas fueron ejemplo de bien hacer. Y eso
significa que esas personas fueron sal
y luz.
Porque ser sal significa que damos sabor y
gusto a todo aquello que nos rodea; que contagiamos de buen sabor y de vida a
todo aquello que está en nuestro ambiente y se mete en nuestra vida. Porque ser
sal es alegrar la vida y contagiarla de ese perfume que la hace hermosa y
apetecible. Porque ser sal es irradiar lo que tú eres, o lo que es lo mismo,
criatura de Dios y llamado a la Vida Eterna. Y eso que eres lo transmites y lo
dejas ver cuando te comportas en la vida como lo que eres, es decir, salando todo
aquello que tocas con el aroma del amor de Dios.
Pero también, al mismo tiempo que das
sabor a esa llama de amor que llevas sellada en tu corazón, iluminas con ese
fuego la vida de los demás. Irradias buen testimonio, das buen ejemplo y
desprende aromas de amor que canta el reflejo del Amor de Dios. Eres también
luz, y como tal no te puedes esconder en la oscuridad y ser opaco. Has sido
creado para amar y ser reflejo de Dios, y lo haces cuando, además de ser sal
eres también luz. Es decir, dar sabor y alumbras la vida y el camino que nos
lleva a la felicidad.
Y ese camino es el que conduce al Señor.
Posiblemente, no aparezcas, o no te notes, pero tu sabor y perfume se huelen y
se buscan. La gente se queda en los buenos ambientes. En aquellos ambientes donde
se respira buen olor y se huele buen perfume.
La gente busca el espacio de paz y amor,
donde la convivencia esté presidida por la verdad y la justicia. Y eso tiene
que salir de ti, porque Dios ha puesto en tu corazón esa sal y esa luz para que
contagies al mundo.
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