domingo, 26 de febrero de 2017

DESCANSADOS EN LA SEGURIDAD DEL SEÑOR

No cabe duda que hay que rendir al máximo y que los talentos recibidos hay que emplearlos. También es verdad que, si somos libres y tenemos voluntad e inteligencia, no podemos quedarnos con los brazos cruzados esperando que Dios nos resuelva nuestros problemas. La responsabilidad es nuestra y, por eso, tenemos que espabilar para usar bien nuestros recursos y, también, para compartirlos.

Necesitamos ser prudentes, Mt 25, 1-12, y no dormirnos en los laureles, porque los peligros acechan y los malos tiempos también llegan. Somos responsables de nuestros bienes y del lugar del mundo en donde nos ha tocado vivir. Y lo hemos de cuidar con esmero, preservándolo para nuestro bien y el de todos los que lo vengan detrás de nosotros. Y, tras nuestro trabajo, descansamos en el Señor, porque Él nos cuida tal y como nos dice Jesús hoy en el Evangelio.

Somos las criaturas predilectas del Señor. Nos ha puesto en un mundo donde todo está en función de nosotros y para nosotros. Y lo debemos cuidar para conservarlo. Pero no perdamos de vista que ha sido el Señor quien nos ha regalado todo. Por eso, Él debe ser el centro de nuestra vida, y lo demás no debe atormentarnos tanto. Cada cosa a su tiempo. Lo importante es estar siempre en la presencia del Señor y lo demás se nos dará por añadidura. 

Pero eso no nos exime de nuestro esfuerzo y trabajo por hacer las cosas bien y ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Esa es nuestra responsabilidad. Pero siempre confiados en la providencia del Señor. Y eso nos plantea dedicarle todo nuestro tiempo. Porque de no ser así, pondríamos nuestro corazón en otras cosas, y nos olvidaríamos del Señor. Él nos lo advierte y nos lo dice: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. 

Nuestro corazón vivirá para las cosas que guarde dentro de sí. Si lo llenamos de ambiciones y apetencias materiales, a ellas se consagrará. Y si lo llenamos de la Gracia de Dios, en ella se centrará y entregará su vida. Conviene no mirar tanto las cosas, de las que el Padre Dios nos proveerá, sino centrarnos en buscar el Reino de Dios y su justicia.

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