jueves, 27 de octubre de 2016

LA FIRMEZA DEL CAMINO

(Lc 13,31-35)
Sabemos que hay semillas que caen al borde del camino, y engullidas por los pájaros que por allí pisan pasan a formar parte de sus excrementos; otras crecen entre abrojos o pedregal y en uno u otro caso son ahogadas por el calor o las raíces que no las dejan crecer. También nuestras semillas corren esos peligros y sus caminos dependerá, no tanto del lugar donde caigan, sino de las actitudes que tomen para caminar.

El mundo en que vivimos está lleno de peligros. Peligros que nos tientan y tranta de desviarnos de la llamada a la que estamos destinados. Porque, ¿de dónde hemos salido?, y,  ¿a dónde vamos? Esa es la cuestión y la actitud que debe cuestionar nuestro camino. Hoy, el Evangelio nos dice que Jesús tenía claro su meta. Sabía a donde iba y también con quien iba. 

En aquel tiempo, algunos fariseos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte». Y Él les dijo: «Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén’.

¿Sabemos también nosotros nuestro camino, su principio y su final? Y, más, ¿creemos y confiamos en Aquel con quien lo recorremos? Porque ahí se esconde el secreto de todos aquellos que lo ha recorrido y han llegado al final. El peligro que nos espera a lo largo del camino es grande. Y tan grande que, de ir solos estamos perdidos. No podemos vencer al diablo. El demonio se nos presenta y trata de que no lo recorramos como pensamos. Porque pensamos en clave de amor; porque somos semejantes a Dios y porque en el amor encontramos la felicidad. Pero también experimentamos lo que nos cuesta y duele.

Necesitamos a toda costa injertarnos en el Espíritu Santo. En la homilía del Papa en Casa Santa Marta nos dice que seamos dócil al Espíritu Santo, porque sin Él no podremos vencer. Necesitamos ir bien agarrados al Espíritu de Dios porque con Él somos mayoría aplastante, y entonces la cosa cambia por completo. Ahí el demonio queda vencido y no tiene nada que hacer.

Pidamos es Gracia, la de darnos cuenta que sólo en y con el Señor seremos capaces de recorrer el camino de nuestra vida y destino y dar los frutos que el Padre quiere, le gusta y espera de nosotros.

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