miércoles, 5 de octubre de 2016

GRACIAS, SEÑOR, POR LO QUE HAGO Y POR LO QUE SOY


(Mt 7,7-11)
Mis posibles frutos, Señor, son tus frutos. Es cierto que tienen el esfuerzo y el trabajo de mi voluntad, que también Tú, mi Señor, me la has regalado, pero sin Ti, Señor, todo sería inútil. Tuya es nuestra vida y todo nuestro ser, y hoy queremos recordarlo y darte gracias por todo lo que hemos recibido de tu Mano generosa.

Esa conciencia la tenía muy presente el hombre del medio rural. La cosecha tenía muchos factores que le influían y obtener buenos y abundantes frutos se convertía en un milagro por la cantidad de riesgos a los que estaba sometida. Por eso, el hombre del campo vivía con la mirada levantada hacia Dios y el corazón en actitud de ruego y suplica para que la cosecha fuese abundante y buena. Y había un momento, como es este que ahora celebramos, donde el pueblo levantaba su corazón en plegaria y oración para dar gracias a Dios por todo lo recibido.

Hoy nos cuesta más despertar en esa actitud, y también descubrirla. Los avances de la ciencia y la técnica nos han borrado o desdibujado el rostro de Dios de nuestro corazón. El hombre de hoy piensa que Dios, si no le sobra, no le hace tanta falta, y prescinde de Él. Y nuestro mundo empieza a nublarse, a oscurecerse y a perderse sin rumbo a donde ir. Su lectura nos lo presenta tal como está: familias destruidas, divorcios, separaciones, niños abandonados, enfrentamientos, desconfianza, inseguridad, odios, venganza, poder, riquezas, egoísmos, luchas, guerras y muertes. El hombre se destruye porque sus cosechas no dan frutos buenos, sino frutos corruptos, podridos y de muerte.

Hoy, cuando el hombre piensa que Dios no le hace falta, es más que nunca necesario encontrarle y levantar la mirada hacia Él para pedirle en súplica y ruegos que nuestra cosecha sea abundante y rica en buenos frutos. Por eso, unidos a la Iglesia, levantemos nuestro corazón y pidamos, dando gracias también, todo aquello que nos hace falta y necesitamos para vivir en paz y en su Palabra.

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