lunes, 24 de octubre de 2016

EL INTERROGANTE DEL SÁBADO

(Lc 13,10-17)
No avanzamos, ante el sentido común obviamos la realidad y el bien y segumos empecinados en cerrarnos a la verdad y el bien de las personas. Incluso, anteponemos las necesidades de los animales antes que las personas. No nos hace falta irnos muy lejos, sobre todo a los españoles, para constatar que eso mismo está pasando en nuestro país. Los ojos cerrados ante la realidad y lo problemas de la nación y erre que erre empecinados en no querer ver el bien de los ciudadanos.

Igual ocurrió con aquel jefe de la sinagoga. No se inmutó ni se sorprendió por el milagro que habían presenciados sus ojos. No quiso aceptar ese prodigio y maravilla de poder que, curando a aquella anciana, ponía a las personas por encima de la ley sabática. ¿No nos ocurre hoy igual? 

En la actualidad no es el problema de las personas ni del propio sábado, sino del trabajo. Se impone el trabajo por encima de las personas, y como si de un dios se tratara se le rinde culto y pleitesía a toda hora y todos los días. Incluso los domingos. La consigna es, el trabajo es lo primero. En cierta ocasión, cuando trabajaba en Banca, oí decir a un director que el Banco era lo primero que había que atender, casi por encima de todo, porque era el que nos daba de comer.

Observamos que no hay mucha diferencia con el tiempo que vivió Jesús. Por aquel entonces era la ley, pero ahora es el consumo y la riqueza. Se trabaja y se vive para el trabajo. Se ha quitado a Dios de nuestro tiempo y se le ha sustituido por el trabajo.

 ¿Y que sucede? Que más temprano que tarde seremos herramientas inútiles y nos tiraran al cuarto de los desechos. Primero fue el aborto y más tarde será la eutanasia. Seremos considerados mientras seamos útiles, pero solamente ese poco tiempo. Nuestra dignidad como persona se olvida y se excluye. Y nuestros derechos están y se ponen por debajo del trabajo y consumo. Hoy ya no es el sábado. Se ha cambiado del dios ley al dios consumo y riqueza.

Pidamos abrirnos a la acción del Espíritu, que busca el bien de las personas, sus derechos y sus espacios de reflexión y de sus búsquedas de sus propios destinos. Y de despojarnos de las mediaciones que nos anulan, nos esclavizan y nos cierran a la acción del Espíritu Santo.

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