jueves, 13 de octubre de 2016

DURAS PALABRAS QUE DESPIERTAN NUESTRA CONCIENCIA


(Lc 11,47-54)
Cada día el Evangelio nos presenta un pasaje de la vida de Jesús que nos habla, no sólo para aquel momento y tiempo, sino que se actualiza en este mismo momento y se hace presente en nuestra historia y nuestra vida. Porque hoy, sí, edificamos mausoleo y celebramos sus onomásticas y hasta recordamos sus memorias, pero, ¿mejora nuestro mundo según ellos lo denunciaban y nos advertían? ¿Le hacemos casos o hacemos una fiesta para taparnos la boca?

Ayer celebramos la Hispanidad, pero, ¿tomamos conciencia de nuestro compromiso hispánico con los demás países que lo forman? ¿Somos solidarios con los países del lengua latina y nos esforzamos en ayudarle a vivir en paz, justicia y amor? ¿Qué celebramos entonces? ¿Un pasar la página sin más incidencia?

Igual ocurre con nuestros profetas y apóstoles: Por eso dijo la Sabiduría de Dios: ‘Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán’, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el Santuario. 

Sabemos lo que nos han dicho lo profetas y apóstoles, pero, ¿hacemos caso? Los colocamos en altares y les elevamos a fama universal, pero, ¿guardamos y tratamos de llevar a cabo lo que ellos denunciaban y nos decían? ¿Ponemos en práctica lo que nos hicieron ver? Se nos pedirá cuenta y  responsabilidad de todo nuestros actos. Y también de todos nuestros pecados de omisión, al callar  todos nuestros conocimientos y  guardarlo para nuestra conveniencia e intereses, evitando así que otros accedan y puedan descubrir lo que nosotros no queremos que descubran. 

Queremos fama y éxitos y que se nos tenga por sabios e importantes, e impedimos que otros puedan acceder y descubrir nuestra verdad. Nos importa lo nuestro y buscamos aquello que habla a nuestro favor distorsionando la realidad y haciendo demagogia.

Pidamos al Espíritu Santo que nos dé la humildad de descubrir que el poder y la gloria son de nuestro Dios: "Tuyo es el poder y la gloria por siempre, Señor".

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