domingo, 9 de octubre de 2016

DISPUESTOS PARA PEDIR, PERO NO PARA DAR GRACIAS


(Lc 17,11-19)
Ocurre que estamos dispuestos para pedir, pero pronto se nos olvida, caso de ser agraciado con lo pedido, de ser agradecido. Nuestros hechos no se corresponden con nuestras palabras y pronto perdemos la conciencia de lo que han hecho con nosotros. Sí, es verdad que lo recordamos, pero ya no parece tener tanta disposición por dar gratitud, y menos por seguir las propuestas de esa persona que nos ha devuelto la vida.

De bien nacido es ser agradecido, dice el refrán, y suele ocurrir muchas veces lo contrario. Brilla nuestra gratitud por ausencia u omisión. Y eso nos debe hacer pensar, pues en este caso se trata no de alguien cualquiera sino de Quién nos ha dado la Vida y todo lo que tenemos. La cosa cambia mucho, porque de tomar conciencia que somos sus criaturas y si de Él hemos salido y a Él volveremos, nuestra forma de actuar y comportarnos debe dar un giro de ciento ochenta grados.

Sucede que nuestra fe, la que tenemos, exige contraprestaciones y si las cosas no van mal no lo entendemos. Pensamos que por el hecho de creer y seguir los mandatos del Señor, todo lo demás, es decir, nuestra vida debe irnos bien. Y si algo se tuerce miramos de reojo y malhumorados al Señor. ¿Acaso tenemos derecho a exigirle? Sin embargo, si encontramos o nos parece normal que no le correspondamos como corresponde, valga la redundancia. Hacemos lo que nos parece siempre inclinados a nuestros intereses y conveniencias.

Es lo que nos dice hoy el Evangelio. Ocurrió que diez leprosos, pendientes de Jesús, le piden que los cure, Y el Señor lo hace enviándoles a la presencia del sacerdote. Y en el camino, al verse curados, sólo uno regresa agradecido a rendirle alabanzas y agradecimientos. Y, precisamente, un extranjero. Los propios del pueblo, quizás, entienden que tienen derecho y no se sienten tan obligados. Y lo mismos nos puede suceder a nosotros. ¿Es que entendemos que nos merecemos o tenemos derechos a que nos salve el Señor? Seguramente no, pero nuestra manera de obrar parece demostrar lo contrario.

Tomemos conciencia que todo lo que somos y tenemos se lo debemos al Señor. Y también a nuestros padres y antepasados que han hecho lo que debían y nos han dado todo lo que han podido. Pero, en el fondo, estamos aquí y ahora porque Dios nos sostiene desde el principio, y lo más esperanzador es que nos cura nuestra lepra si se lo pedimos. Seamos, pues, agradecidos dándole gracias y alabanzas, y, sobre todo, cumpliendo sus mandatos.

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