miércoles, 7 de septiembre de 2016

EL CAMINO: LA POBREZA



Ser pobre no consiste esencialmente en no tener nada o muy poco. Se puede tener la vida llena de bienes y riquezas, pero un corazón pobre y disponible a darse y dar. Es verdad que la tentación es un peligro y que, casi siempre, la riqueza coincide con el alejamiento de Dios. Porque Dios se presenta en su Hijo, nuestro Señor Jesús, pobre y humilde.

Pero, sin dejar que la riqueza sea un peligro y una tentación, no por principio tiene que ser mala ni signo de no tener un espíritu pobre y generoso. De hecho, Jesús tuvo amigos que estaban bien establecidos, pero que tuvieron un corazón pobre y humilde. Porque lo importante no es lo exterior sino el interior. Los globos no vuelan por el color que tienen, sino por el contenido de lo que llevan dentro. Así también nosotros no somos mejores o peores por lo que tengamos externamente, sino por lo que sientan y viva nuestro corazón.

Las bienaventuranzas son un camino de esperanza en la pobreza. Pero en la verdadera y única pobreza, en la del espíritu. Porque siendo pobre seremos todo lo demás. Es decir, tendremos hambre y sed de justicia; lloraremos con aquellos que sufren; soportaremos insultos y odios por el nombre de Jesús; nos daremos cuenta donde realmente se encuentra la felicidad y buscaremos el verdadero Reino de Dios, que no está aquí ni en las cosas de este mundo, sino en Él.

No es buena señal pasarlo bien y cómodamente. No porque eso sea malo, sino porque mientras haya personas que sufran y lo pase mal, nosotros tendremos que ayudarles y aliviarles el camino. Porque eso es lo que hace Jesús con cada uno de nosotros, y nos invita a hacer nosotros lo mismo. La recompensa vendrá después para unos, y los malos tiempos para otros, que sólo se han preocupado egoístamente de vivir pensando en ellos mismo.

Pero lo peor es que ya no hay tiempo para más, porque a partir de ese momento el tiempo deja de ser tiempo y se convierte en eternidad.

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