lunes, 5 de septiembre de 2016

ACECHANDO A JESÚS

 (Lc 6,6-11)

Igual nos ocurre a muchos de nosotros, estamos al acecho de encontrar el mínimo fallo en la Iglesia, en algún compañero, en cualquier sacerdote o seglar que nos ayude a justificar nuestro razonamiento de rechazo al Señor. No pesemos que eso ocurrió sólo en el tiempo de Jesús. Quizás ocurre ahora mismo en algunos o muchos de nosotros. Miramos la forma y el menos fallo para justificarnos y dar razón a nuestros juicios.

En aquel tiempo ocurría que muchos acechaban a Jesús, sobre todo en sábado, porque su doctrina gustaba y asombraba a todos aquellos que la escuchaban. Y es que Jesús lo hacía con autoridad. La autoridad que viene de Aquel que cumple lo que dice. Porque su autoridad le venía de arriba, del Padre que le había enviado. Jesús, el Hijo de Dios Vivo.

Su sabiduría maravillaba, y conociendo las intenciones de los que le acechaban, Jesús, mandó lo siguiente: «Levántate y ponte ahí en medio». Él, levantándose, se puso allí. Entonces Jesús les dijo: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla». Y mirando a todos ellos, le dijo: «Extiende tu mano». Él lo hizo, y quedó restablecida su mano. Ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús.

Ahí se esconde el pecado: ellos se ofuscaron, y deliberaban entre sí qué harían a Jesús. Es decir, taparon sus oídos y no escucharon las Palabras de Jesús. Se cerraron al bien y al sentido común. Pusieron la ley antes que el bien del hombre. Y, en lugar de abrir su corazón y reconocer su equivocación y que la ley está para servir y no para someter, se ofuscaron y rechazaron la verdad y la justicia prevaleciendo las malas intenciones y sometiendo al hombre al mal.

Pidamos que alejemos de nosotros estas malas intenciones, y que busquemos siempre el bien del hombre poniendo la ley para su servicio.

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