viernes, 15 de julio de 2016

NOS PARAMOS EN COSAS QUE SON SIMPLEMENTE COSAS

(Mt 12,1-8)

El hombre le da vuelta siempre a lo mismo. Se queda en lo superficial, en la norma, en la ley, en lo que no mancha ni tampoco importa. Porque las cosas nunca dejarán de ser cosas y están en función del hombre. Porque, la única criatura por la que Dios, por decirlo de alguna manera que nos ayude a comprenderlo, ha perdido la cabeza es el hombre. Y todo lo demás lo ha puesto a su servicio.

Es la vida del hombre la que importa, y es esa vida precisamente, por la que Dios entrega a su Hijo para, condenado a una muerte de Cruz, entregar su Vida por la remisión de nuestros pecados. Así, ante la Vida del hombre, todo lo demás: carne, sangre, animales, vegetales, tierra...etc., incluso el sábado y la ley, están a su servicio y disposición. Si bien, es verdad, que debe servirse de forma moderada, prudente y para su necesidad. Todo está para que, en función del hombre, sirva para utilidad de su vida.

Y es de sentido común que la vida es lo primero y que la vida busca el bien. No se vive para el mal, porque el hombre huye del mal. A nadie le gusta experimentar dolor y sufrir porque sí. El dolor tiene sentido cuando se padece por una causa justa. La verdad exige defenderla incluso con dolor y sufrimiento. Por lo tanto, no puede estar la vida y el bien sometida a la ley y normas impuesta por los hombres, porque primero siempre están la vida de los hombres. Todo, pues, debe estar en función del bien.

Jesús lo deja muy claro cuando nos dice: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado». El Señor está por encima de todo. Es el Señor, y Él es la Ley, la Vida y el Amor. Nos está diciendo que nada por encima de Él, y todas nuestras tradiciones, costumbres, apetencias, ideas o leyes deben estar sometidas al Señor. Porque sólo él es el Camino, la Verdad y la Vida. 

Por eso nos dice que quiere Misericordia y no sacrificios, es decir, nuestras miserias, nuestras pobrezas y nuestros pecados. Nuestra humildad y generosidad para, como Él y en Él, esforzarnos en ser misericordiosos como el Padre.

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