jueves, 21 de julio de 2016

ABIERTOS AL ESPÍRITU DE DIOS

(Mt 13,10-17)

Sin darnos cuenta llenamos nuestro corazón de tesoros y ambiciones humanas. Cosas caducas que en principio nos prometen la felicidad, pero que luego nos deja vacíos. Creemos y pensamos que en ellas está nuestra felicidad, pero nos equivocamos. Ponemos todo nuestro esfuerzo en conseguirlas, pero una vez conseguidas descubrimos el engaño sufrido.

Sin duda, no tenemos oídos ni ojos para ver y escuchar otra cosa. Estamos imbuidos y sometidos a estas inclinaciones humanas que nos esclavizan, y nuestros corazones quedan endurecidos y ciegos hasta el punto de hacer oídos sordos a la Palabra de Dios. 

Jesús nos dice: «¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Antes de su venida, muchos no tuvieron esa oportunidad, pero sí nosotros. Es verdad que nosotros no le hemos visto, pero le conocemos por su Palabra y porque la Iglesia nos la ha transmitido a través del colegio apostólico. Y por nuestra experiencia que, en la fe recibida en y por el Bautismo, experimentamos un deseo y un encuentro con el Señor que late dentro de nuestro corazón. Un deseo de felicidad que busca ese gozo eterno que se manifiesta y concreta en la Palabra del Señor que, por medio de los apóstoles, nos llega hoy viva y cercana.

Una Palabra y una fe transmitida a través de los sacramentos, sobre todo en la experiencia liberadora del perdón en el sacramento del perdón, y, sobre todo, en la presencia viva y real de Jesús en la Eucaristía. Demos gracias a Dios por estos privilegios y esta oportunidad del don de la fe y abramos nuestro espíritu a la acción del Espíritu Santo.

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