miércoles, 30 de marzo de 2016

NOSOTROS ESPERABAMOS QUE SERÍA ÉL EL QUE IBA A LIBRAR A ISRAEL

(Lc 24,13-35)


Igual nos está ocurriendo a nosotros. Esperamos que sea Él el que nos arregle la vida; el que nos resuelva todos nuestros problemas; el que nos saque de todos nuestros apuros y obstáculos y el que nos dé todo lo que necesitamos, pero experimentamos que la vida, nuestra vida sigue igual y se nos complica y se nos hace cruz.

Quizás esperamos un dios guerrero, libertador y triunfante según nuestra forma de pensar y según los criterios de este mundo. Quizás pensamos en un dios hecho a nuestra medida y a nuestros intereses y que se amolde a nuestros gustos. Pero la Voluntad de Dios es otra, y otra la forma que ha pensado de salvarnos y redimirnos del pecado.

Y es Jesús quien nos explica y nos descubre como es su Padre y como ha pensado salvarnos. Está escrito todo lo que Él tiene que padecer. Desde Moisés, pasando por todos los profetas, las Escrituras nos dan cuenta de todo el camino de salvación; de todo el suplicio de la Pasión y Muerte del Señor, pero también de su Resurrección. Todo se ha cumplido en Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y cada profecía es una piedra más de su auténtica Verdad. Él es la Resurrección y la Vida. 

Quizás nos suceda a nosotros algo parecido a los de Emaús muchas veces en el camino de nuestra vida. Nos desanimamos porque nuestro camino se nubla, porque la oscuridad nos impacienta y porque en muchos momentos perdemos las huellas de los pasos de Jesús. Como aquellos discípulos experimentamos que nosotros esperábamos que sucediera otra cosa y, sin darnos cuenta, tratamos de imponer nuestra voluntad y nuestros pensamientos.

Y es que nuestra libertad; nuestra solidaridad; nuestra justicia; nuestra verdad y nuestra manera de amar son muy diferente a las de Jesús. Y no entendemos nada. Tengamos la paciencia de dejarnos acompañar por Él, y de que nos hable y nos explique todo el Misterio de la locura de Amor del Padre por salvarnos, y esperemos con paciencia que nos parta el pan y nos abra los ojos y encienda nuestro corazón. Entonces, como los de Emaús, veremos claro.

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