jueves, 10 de marzo de 2016

CONVIENE QUE SEAN OTROS LOS QUE DESCUBRAN MI TESTIMONIO

(Jn 5,31-47)

Es mala señal hablar en presente de mi persona:  ... porque yo... porque yo... y vuelta a lo mismo. Porque el sentido común y la lógica nos dice que nadie habla mal de sí mismo. Siempre, incluso cuando descubre sus defectos y pecados, una justificación o deseo de enmendarlos disculpándolos. Quizás sea esa una de las razones principales para que confesemos nuestros pecados ante un sacerdote.

No te es válido tu testimonio cuando te juzgan, por las mismas razones que hemos aducidos anteriormente. Tienes, para demostrar tu inocencia o culpabilidad, que haber testigos oculares y presentes que atestigüen eso por lo que se te pone de ejemplo o se te acusa. 

Y así lo dice Jesús en el Evangelio de hoy: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido». Tres son los testimonios que el Señor presentan ante nosotros: a) El testimonio de Juan el Bautista; b) El testimonio del Padre —que se manifiesta en los milagros obrados por Él— y, finalmente, c) El testimonio de las Escrituras. 

Sin embargo, muchos no hemos creído en Él y le rechazamos. Y muchos incluso no respetan ni la libertad de otros de creer en Él y les persiguen con amenazas de muerte. Y brilla en ellos la ausencia del amor a Dios, que les inclina a hacer lo que les parece de acuerdo con sus intereses y egoísmos, que presupone una total ausencia de rectitud de intenciones, y a interpretar las escrituras interesadamente.

Al parecer Moisés es sólo un recuerdo con el que se cumple, pero no se vive ni se hace lo que él dice:
 «Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».  

De esta manera estarán siempre de espaldas al Señor porque falta lo principal: humildad que nos dispone a estar en una actitud de escucha y abierta conversión. La semilla no basta con plantarla, se necesita tierra buena. No nos vale cualquier tierra. Y, hallada la tierra, se hace necesario cultivarla y bien regarla, abonarla y cuidarla de los malos brotes, los abrojos y cizaña.

Necesitamos abrirnos a la Gracia, escuchar la Palabra, acoger la fe y cultivar nuestra alma para, purificada y bendecida por la Gracia de Dios, ir a su encuentro por medio de Hijo, nuestro Señor Jesús que nos la revela.

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