jueves, 11 de febrero de 2016

CAMINO DE SUFRIMIENTO, MUERTE Y RESURRECCIÓN

(Lc 9,22-25)


Es inevitable sufrir en esta vida. No porque queramos, sino porque no queda otra alternativa. Hagamos lo que hagamos llegará un día donde nos visitará el dolor. Ya sea en forma de enfermedad, accidente o de absurdas guerras sembradas por el odio, la venganza o la ambición egoísta. O, también, víctimas de tragedias naturales provocadas por un mundo en transformación.

Sea como fuere, el caso es que la vida es un camino de sufrimiento, de muerte y de Resurrección. Esa es la esperanza del cristiano, soportar con alegría y esperanza la victoria de la vida sobre la muerte. Evitar el sufrimiento es objetivo de todo hombre, pero otra cosa es evitar el sufrimiento por causa de Jesús, porque ese sufrimiento es bueno, busca el bien de todos los hombres. Es ahí dónde radica la diferencia.

No se trata de resignación, sino todo lo contrario. Se trata de negación de uno mismo por entregarse al bien de los demás, por compartir los sufrimientos y pobreza de los demás. Se trata de seguir a Jesús y hacer el esfuerzo de vivir como y según Él vivió. Y el camino que recorrió Jesús es un camino de cruz y de muerte, pasando por el dolor y sufrimiento, tanto propio como por los demás.

Pero en su Camino, Jesús nos deja signos de su Poder:  da la vista a ciegos; hace andar a inválidos; sana a enfermos de lepra y resucita a muertos. Jesús nos da testimonio de lo que ha venido a hacer, y de que, enviado por su Padre, ha venido a salvarnos de esa muerte que compartiremos con Él de forma irrevocable. Seguir, pues, a Jesús, es aceptar ese camino, esos sufrimientos y muerte como y por Él.

Este tiempo cuaresmal que acabamos de empezar es una buena ocasión para afirmar o iniciar el camino de conversión que ya recorremos o qué, quizás, queremos iniciar ahora. Creer en Jesús, en su Palabra en el Evangelio,  e iniciar nuestra personal conversión es la gran oportunidad que la Iglesia, en el nombre del Señor, nos presenta ahora en este tiempo cuaresmal.

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