lunes, 16 de noviembre de 2015

TÚ Y YO SOMOS TAMBIÉN BARTIMEO

(Lc 18,35-43)


No se refiere el pasaje de este Evangelio sólo a aquel Bartimeo. Hoy habla, porque es Palabra de Dios, para todos los Bartimeos que estamos ciegos y no vemos lo que realmente hay que ver. La gente se fija en aquellos que ven animados y con ganas de vivir. Sí, realmente los hay, pero no se fijan que esa vida está a punto de caducar.

Nuestra vida es caduca, y toda la felicidad que pueda conseguir aquí, a parte de no ser plena, es finita y tiene fecha de caducidad. ¿Qué felicidad es esa? No me vendan felicidades viejas y caducas, que se esconden tras la apariencia de un aparente baile disfrazado de gozo y felicidad. ¿Es la vida un rato de jolgorio y alegría? ¿Se puede vender la vida por un plato de lentejas, aunque ese plato se desee mucho?

Posiblemente hay que estar bastante ciegos para no ver la realidad y el tiempo de salvación. La vida vale, es vida gozosa y maravilla de felicidad, cuando realmente se ve con los ojos que la vio Bartimeo. Despertar y ver que Jesús, el Hijo de David, pasa a nuestro lado, es condición necesaria para recobrar la verdadera vista, porque es esa vista la que verdaderamente nos salva.

Posponer todos nuestros deseos finitos detrás del verdadero deseo de encontrarse con Jesús, es descubrir la verdadera vista que importa tener. La vista que nos permita limpiar nuestra mirada, y limpia, ver llenos de humildad, la Misericordia del Señor que nos cura y nos salva.

Supongo, después de esta humilde reflexión, que no estaba ciego Bartimeo. Quizás no veía con los ojos de los sentidos, pero veía lo único que importa ver, la Misericordia de Dios y el perdón de los pecados. Y no desaprovechó ese momento que, también, pasa por nuestra vida y que, quizás, desaprovechamos estando más ciego que Bartimeo.

Pidamos esa Gracia, la de ver, no solamente con nuestros ojos físicos, sino con los ojos del alma que nos alumbran el camino de salvación.


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