miércoles, 16 de septiembre de 2015

SE HACE DIFÍCIL NO PONER OBJECIONES

(Lc 7,31-35)


Nuestra naturaleza humana está enferma y llena de soberbia. Se nos hace difícil morir a esa soberbia de creernos mejores que otros e incluso ser nuestros propios dioses. Ese es nuestro pecado de ayer, pero también nuestro pecado de hoy. Nos resistimos a obedecer los mandatos del Señor y le hacemos nuestra propia crítica.

Pensamos que Juan es muy austero y exaltado al defender la verdad. Algo así como un extremista. De Jesús decimos que se da buena vida porque come y bebe. Nos parece mal que se siente a comer y beber con aquellos que le invitan y reclaman su presencia. 

No aceptamos lo que la Iglesia nos propone y queremos cambiar muchas cosas. A todo le ponemos falta. Hoy mismo, asistí a la celebración de la nueve hora de la mañana en Mancha Blanca, ermita de Ntra. Señora de los Dolores. Correspondía esa celebración a la parroquia de San Ginés, mi parroquia. Y rápidamente mi mente se prepara para criticar y poner defectos a los actos que acompañan a la liturgia. Esto fue muy largo, lo otro innecesario...etc.

No es preocupante que eso surja, sino que no se salga de ahí. No era preocupante que los fariseos no entendieran a Jesús, sino que no le aceptasen y creyeran en Él. El pecado no está en nuestros propios fallos, porque estamos heridos, sino en no dejarnos curar por el Médico que lo puede y quiere hacerlo. El pecado se esconde en la soberbia que no se deja humillar y, abajándose, hacerse humilde y pobre. Esa es la roca dura que no deja suavizar y humanizar el corazón.

Descubramos nuestro interior en lo más profundo de nuestro corazón. Sepamos lo que somos y sabiéndolo no perdamos la esperanza del perdón. Porque nuestro Padre Dios es Misericordioso y nos perdona. Sólo necesita nuestro corazón hecho carne, humillado y despojado de toda soberbia para que, en la humildad, aceptar el Amor y Perdón de Dios.

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