viernes, 11 de septiembre de 2015

EL TEMOR DE TUS ACTOS

(Lc 6,39-42)


Cuando tratas de ser coherente, de manera instintiva, te sorprendes a ti mismo observando tu conducta y forma de actuar. Porque eres consciente de que te están mirando, al menos los que te conocen, y tu ejemplo y actitud están hablando de tu fe.

Pensar que tu ejemplo puede servir para acercar a otros al Señor, como también para alejarlos, es una gran responsabilidad. De ahí tu compromiso, tu seriedad y tu esfuerzo en estar lo mejor preparado posible y, sobre todo, injertado en el Espíritu Santo para no desfallecer y abrirte a su acción.

Porque no eres tú, sino la acción del Espíritu el que va forjando en ti el ejemplo que otros quieren ver. Por eso, la oración, el estudio y la acción son los tres elementos esenciales de tu ser creyente en Jesús. Es necesario orar para fortalecer tu voluntad y espíritu, pero también para pedir sabiduría y luz para discernir lo bueno y lo malo.

El estudio va dirigido a estudiar si puedes, claro está, pero fundamentalmente a un espíritu de observación, de escucha y atención a la Palabra de Dios. El Evangelio de cada día es una fuente de sabiduría, por la Gracia de Dios, donde el Espíritu Santo nos descubre, nos enseña e instruye el camino para siguiendo a Jesús cumplamos su Voluntad.

Voluntad que se concreta en poner en práctica el amor. El amor que pasa por ser un compromiso en buscar el bien y la verdad y derramarlo en los hombres. El amor que nace en Jesús y, por su Gracia, en un esfuerzo en corresponderle. De ahí que primero limpiar las vigas de mis ojos antes que suponerlas en el ojo de mi prójimo, que quizás son simples motas agigantadas por mi agresiva imaginación.

En esa suficiente actitud, no sólo yo, sino también los que se dejen dirigir por mí caerán en el mismo error y en la hipocresía de aparentar ser pero no ser. Por eso, pidamos en primer lugar la Gracia del Espíritu y, en segundo, abramos nuestros corazones para que Él actúe y nos dirija por el verdadero camino.

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