viernes, 17 de julio de 2015

SACRIFICIOS, ¿PARA QUÉ?

(Mt 12,1-8)


La pregunta que hoy nos hacemos nos la ha aclarado Jesús. Un sacrificio debe servir para algo y debe estar justificado. Un sacrificio sin saber para qué y por pura costumbre y tradición se sale fuera del sentido común y de la razón.

Pero antes que el sacrificio está la necesidad y el bien del hombre. Es decir, no se puede hacer un sacrificio que perjudique el bien del hombre. Sería absurdo matar a un animal para desperdiciar su carne o por simple vicio o tradición. Conviene que, a la luz de este Evangelio de hoy, revisemos el verdadero sentido del sacrificio. Y no nos cerremos al sacrificio meramente privativo, sino también al de las promesas.

Se sufre cuando la situación lo exige, y se hace sacrificio en el mismo sentido. Nos privamos de algo que nos gusta, o hacemos un esfuerzo y ejercicios para estar en forma. Nos exigimos contra nuestra naturaleza débil y holgazana para, a pesar de nuestra voluntad herida, estar en presencia de Dios y hacer oración. Sabemos y experimentamos que necesitamos exigirnos para permanecer cerca y en contacto con el Señor. Esos son sacrificios que nos sirven para perseverar, porque por nosotros nos relajaríamos y nos olvidaríamos de Dios.

Confesamos nuestra fragilidad y nuestra naturaleza herida y débil. Necesitamos la Gracia del Señor para estar y permanecer en su Voluntad. En Él estaremos cumpliendo la Voluntad del Padre Dios. Pero no nos dejemos apesadumbrar por sacrificios sin contenido y sentido. Hacer una caminata porque he hecho una promesa no tiene mucho sentido. El Señor y menos su Madre, no necesitan promesas. La promesa debe ser esforzarnos en amar y cumplir con el servicio a los que nos rodean.

Caminar por cenizas incandescente, o ir de rodillas a algún santuario por promesa, está fuera de lugar. Eso no sirve sino para quemarse o estropearse los pies. Nadie va a salir beneficiado. En su lugar, rezar por esa persona por la que ha hecho la promesa y tratar de vivir cada día el amor a los que siguen a nuestro lado. Esos sacrificios, que los son y más que los otros, tienen sentido y, por la comunión de los santos y la Gracia de Dios, los causantes de nuestras promesas reciben la Misericordia de Dios.

El Evangelio de hoy nos describe ese pasaje donde se rompe una tradición absurda. El sábado está para servir al hombre y no al revés. No tiene sentido que unas personas pasen hambre por el hecho de que sea sábado. Se come todos los días y en donde las circunstancias y el hambre nos sorprendan.

Quiero Misericordia y no sacrificio, nos dice el Señor. Y es que la Misericordia mira principalmente las necesidades de la persona y adapta las circunstancias a su bien. No a su capricho y apetencias, sino a sus necesidades vitales de acuerdo con su dignidad de verdaderos hijos de Dios.

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