lunes, 29 de junio de 2015

EL FUTURO ESTÁ GARANTIZADO

(Mt 16,13-19)


El paso del tiempo va borrando las promesas y debilitando la fe y la esperanza en ellas. Sucedió así en la plenitud de los tiempos cuando el Precursor Juan, el Bautista, despertó la conciencia, dormida por los tiempos, de la profecía de la venida del Mesías.

En el Evangelio de hoy, Jesús, promete a Pedro el primado de la Iglesia poniéndola a salvo del poder del infierno. No lo dice cualquiera o alguien de relevancia, sino el mismo Jesús que, en el Evangelio de ayer domingo, curaba a la hemorroisa y resucitaba a la hija de Jairo. Pedro ha recibido de Jesús el poder de continuar su Obra evangelizadora en la tierra. Jesús funda la Iglesia y pone a Pedro a la cabeza de ella. Y lo hace con la garantía del éxito y el triunfo sobre el Maligno, las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.

Añade Jesús: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos".

Ahora lo que falta por nuestra parte es creerlo, es decir, fe y confianza. Tener plena confianza en su Palabra, y confiar en que nada, por mucho que estemos viendo, pueda destruir la Iglesia. Francisco, el hoy Papa, sucesor directo de Pedro, conserva la misma promesa de Jesús, y, en el Espíritu Santo, recibe la Gracia para dirigir la Iglesia con total éxito según la Voluntad de Dios.

No sabemos cómo ni por qué caminos el Señor nos conducirá y cumplirá su Palabra. Pero, a pesar de las tempestades del mar de la vida, sabemos que la Palabra del Señor es Palabra de Vida Eterna. En Él siempre todo se ha cumplido. Experimentamos persecuciones, fracasos, deterioro, corrupción, amenazas de muerte, rechazos y olvido de Dios, pero su Palabra sigue en pie.

Y, aunque eso no nos exime de preocuparnos y de trabajar por establecer el Reino de Dios en la tierra, sí mantenemos y conservamos la esperanza en la promesa del Señor. Hoy la recordamos en el Evangelio y nos suena cercana y directa. El Señor Vive y está entre nosotros, y a su lado nada tememos, porque Él está en la Barca de nuestra vida para, avisado por nuestras oraciones, calmar las tempestades. Amén.

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