jueves, 21 de mayo de 2015

JESÚS RUEGA POR TODOS

(Jn 17,20-26)


No es nuestro Dios un Dios que señala y revela el camino y se desentiende de los caminantes que lo emprenden. Todo lo contrario, no sólo lo marca y señala, sino que lo recorre con cada uno de los que, confiados en Él, corresponden con la voluntad de emprenderlo apoyados en su Palabra.

No encontramos en ninguna otra religión un Dios de estas características. Un Dios que nos ama con verdadero amor, hasta la locura de encarnarse en naturaleza humana, y dar su Vida para salvarnos. No hay mayor prueba de amor que ese compromiso extremo de entregarse hasta la muerte. Y una muerte de Cruz, señalada como la muerte más baja e indigna para un hombre. No existe ningún otro Dios que se le pueda igualar.

Nuestro Dios es único, inigualable, misericordioso, justo, verdad, camino, vida, pero de una forma especial, es Amor. Es el Dios Verdadero, creador del mundo, del cielo y la tierra, de todo lo visible e invisible. Señor de la vida y la muerte. Rey del Universo y único Dios. Un Dios en el que encontramos misericordia, comprensión, perdón, ternura, afecto, compañía, alegría, consuelo, gozo, felicidad, pero sobre todo Amor.

 Un Dios que busca salvarnos y unirnos y que se preocupa de nuestra respuesta de amor. Y permanece en cada uno de nosotros para, con nosotros, buscar personalmente caminos y soluciones a los obstáculos que nuestra vida nos presenta. Porque nuestra naturaleza tocada por el pecado es tentada y provocada por el Maligno.

Necesitamos, pues, la asistencia del Espíritu para superar esas pruebas con la que el Maligno quiere alejarnos y perdernos. Pidamos al Espíritu la luz y la sabiduría de encontrar fortaleza y paciencia que nos sostengan y nos ayuden a permanecer confiados a su acción.

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