martes, 21 de abril de 2015

MUY POCO HEMOS CAMBIADO

(Jn 6,30-35)


Hoy fui al médico y, observando la ratinografía que me habían hecho el día ocho de este mismo mes, me dijo que no había cambiado nada respecto a la del año 2012. Es decir, que todo seguía igual, lo que significaba que estaba controlado y al parecer insignificante su deterioro.

Y al empezar esta reflexión, (Jn 6,30-35), experimento lo mismo, aunque más avanzado en el tiempo, pues desde Jesús hasta hoy, seguimos igual. A pesar de todo lo que el Señor nos ha demostrado, nos parece poco. Sabemos de la resurrección de la hija de Jairo o del hijo de la viuda de Nain, o de su amigo Lázaro, y todavía no nos convencemos. Queremos ahora que venga nuestros padres para convencernos. 

Y en el supuesto que así fuera, seguro que exigiríamos más, porque en el fondo lo que nos ocurre es que nos cuesta cambiar. Nos resistimos a salir de nuestra cueva, porque en ella nos sentimos seguros y cómodos. Lógico que sean los pobres, los que no tienes seguridades ni comodidades los que se arriesguen a salir y buscar una vida mejor. Por eso son ellos los primeros que escuchan la voz del Señor, que les da esperanza de una vida plena y gozosa.

Y es Jesús, el verdadero y único Pan que baja del Cielo para alimento y salvación de todos los hombres. Sin embargo, no lo tenemos claro, porque teniéndolo cerca no lo comemos cuando celebramos la Eucaristía. Es el mismo Jesús que se nos da en Cuerpo y Alma como alimento para nuestra salvación.

Seguimos igual sin creer en Él. Son muchos los que no le creen ni le quiere oír. Y puede ser por muchas causas, porque no tienen oportunidad de oírle; porque no quieren, o porque creen que lo que buscan pueden conseguirlo en otra parte. Sin embargo, la experiencia nos dice que solo el Señor puede darnos la salvación, porque en este mundo, sin el Señor, sólo nos espera la muerte.

Abramos nuestro corazón a Jesús. Él nos dice: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

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