viernes, 10 de abril de 2015

¡CUÁNTAS VECES HEMOS DECIDIDO REGRESAR!

(Jn 21,1-14)

En muchos momentos de nuestra vida hemos decidido regresar. Regresar a lo viejo, a lo ya conocido, a lo de siempre, a nuestros propios ambientes de siempre. Recuerdo que mi nieto Manuel, cuando añoraba su casa, solía decir: "Regreso a mi casita de siempre". Sí, nuestra vida de siempre hace de cadena que nos ata y esclaviza, y nos cuesta mucho salir y romper con ella.

Ese momento llega cuando las cosas no salen como esperamos. Pronto o tarde desistimos y lo dejamos. No soportamos cargar con una cruz que no hayamos elegido. No nos apetece ni nos gustan cruces extrañas o inesperadas. Y escondemos a nuestro corazón, ignorantemente, que el amor nace y crece entre cruces. No puede existir amor cuando las cosas van bien, porque ese no es el caldo de su cultivo.

El amor se cría en el dolor, la adversidad y el odio. Porque hay verdadero amor cuando eres capaz de amar a tu enemigo. Lo demás es pura lógica o intereses. Supongo que estos y otros sentimientos fueron experimentados por los apóstoles y la gente cercana a Jesús. Todo había pasado y nada ocurría. Sí, había rumores del Jesús Resucitado, e incluso ellos lo habían visto, pero todo parecía un sueño.

Vamos a pescar es como una actitud de empezar de nuevo a lo mismo, dejando atrás la esperanza vivida. Es como un no saber qué hacer y tratar de olvidar lo presente. Intuimos que Jesús está, pero como si no fuera muy en serio con nosotros. Supongo que muchas veces nos ocurre lo mismo. Dejamos el camino emprendido porque perdemos la perspectiva de Jesús y el mundo nos seduce o nos vence.

Y Jesús se aparece de nuevo. Les sorprende desde la orilla pidiéndoles pescado. Despiertan confundidos pensando que es el Señor. Pedro se mueve rápido desde el momento que intuye que puede ser Jesús, pero nadie se atreve a preguntarle. Se percatan que después de estar toda la noche pescando sin coger nada, en unos momentos, e indicado por aquella persona, sus redes se le llenan de peces. ¡Es el Señor!

Con el Señor todo cambia y nada falta. Él nos satisface el alimento material y el espiritual. El nos anima y nos conforta, y nuestras esperanzas cobran vida y ánimo. Es la tercera vez que Jesús se les aparece a los discípulos y les confirma que ha Resucitado y que está entre ellos. También a nosotros nos lo dice cada día en la Eucaristía, pero necesita que le prestemos oído y escucha, y como Pedro, saltemos rápidos y prestos a su llamada.

Quizás necesitemos agudizar nuestra vista y fijarla bien en todo lo que nos rodea, porque Jesús puede estar en la otra orilla llamándonos, o en ese hermano pidiéndonos un poco de pescado o una palabra de esperanza, para despertarnos y animarnos a seguir en la brecha. El Señor no se ha ido. Permanece entre nosotros, y nos espera y anima a, permaneciendo en Él, seguir proclamando su Palabra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.