miércoles, 19 de noviembre de 2014

DESENTERRAR MIS TALENTOS

(Lc 19,11-28)

No cabe duda que con nuestro nacimiento traemos una bolsa de talentos y cualidades. En principio no se nos descubre. Todos los niños, podemos decir, son iguales, y ninguno destaca sobre los demás. Incluso hasta dificilmente se nos puede distinguir nuestro físico. Sin embago, en pocos meses nacen las diferencias y empieza a configurarse nuestro semblante, físico y cualidades.

Y en la medida que crecemos, nuestros talentos se descubren y crecen con nosotros. Y también, después de pasar las etapas donde principalmente recibimos, empezamos a capacitarnos para dar también nosotros. Y descubrimos asombrados que en el dar y darnos experimentamos alegría y gozo. Pronto queremos saber y formarnos para dar y darnos. Y esa es una etapa crucial y muy importante en nuestra vida. La familia jugará un papel determinante en esos momentos formadores.

Experimentar que lo importante no es tanto recibir sino dar nos formará para poner en juegos todos nuestros talentos en beneficio del bien común. Y descubrimos que si todos lo hacemos así, el mundo empezara a ser mejor. Es aquí donde la parábola que hoy el Evangelio nos narra por boca de Jesús cobra sentido y nos señala de forma directa a cada uno.

¿Dónde están nuestros talentos recibidos? ¿Nos esforzamos en descubrirlos y los ponemos al servicio de la comunidad? ¿Es nuestra vida un camino de servicio y de entrega según nuestros talentos? ¿O los guardamos para nuestro particular provecho sin tener en cuenta a los demás? ¿Somos conscientes que debemos responder de todo lo que hemos recibido para el beneficio de los demás?

Éstas y otras preguntas nos interpelan hoy en el Evangelio, y sin agobios ni miedos debemos esforzarnos en darles respuestas confiados en la asistencia del Espíritu Santo y la Misericordia de Padre Dios. Amén.

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