jueves, 23 de octubre de 2014

LA IMPACIENCIA DE LA ESPERA

(Lc 12,49-53)

Hay momentos que me inquieto por, llegado el momento, encontrarme con Jesús. Creo y espero que sea la hora más apasionante de mi vida, pues es el momento esperado, y humildemente confieso que ardo en deseos de que llegue esa hora. Pasarla con nota sería entrar el gozo eterno de contemplar al Señor. No hay cosa más grande para un creyente que esa.

Pero también debo confesar que siento miedo. Un santo temor de conocer mi impotencia, mis incapacidades y mis innumerables fallos. Sé que no merezco por mis méritos alcanzar la gloria en la presencia del Señor, y todo estará confiado y esperanzado en la Misericordia del Señor. Espero y desespero, pero apasionado y confiado que el Señor ha muerto por mí que quiere salvarme. Sólo necesito esforzarme en vivir en su amor.

Y esa es la misión de cada día. Desespero porque me parece que siempre estoy por debajo del listón, y me tranquilizo cuando medito en el Amor y la Misericordia que Jesús, el Hijo de Dios, nos descubre respecto a la Bondad y Amor de su Padre. Y nos revela cuanto nos quiere hasta el punto de que su presencia entre nosotros responde a ese Amor del Padre.

Pidamos que nuestros corazones permanezcan encendidos. Exploten en verdaderas llamas de esperanza y amor a pesar de las diferencias y desencuentros familiares, amigos y vecinos. Seamos antorchas que den luz y alumbren la verdad a pesar de los vientos huracanados que amenazan con apagarlas. 

Mantén, Señor, mi corazón ardiente en fuego constante ante las adversidades, mentiras o rechazos que el mundo de mi propio entorno me azota y amenaza con apagar. Quiero permanecer inquieto, encendido y al rojo vivo hasta que Tú llegues a mi vida para apagarlo y llenarlo de paz, gozo y amor. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.