Nos
gusta y lo cuidamos mucho por respeto humano las cosas externas. Nos
fijamos si las copas están limpias, si el mantel no tiene manchas, si
nos lavamos las manos...etc. Y no es que estemos diciendo que eso no hay
que cuidarlo, pero lo verdaderamente importante no es eso, porque eso
sin lo otro nada vale.
Y
lo otro es la acogida, la sonrisa, la comprensión, la escucha, el
interés por ayudar y aliviar los sufrimientos de otros, la misericordia,
la compasión...etc. En una palabra, el amor. En eso se fija nuestro
Padre del Cielo, en la intención de nuestro corazón, aunque nuestra
alma, por nuestras propias impurezas del pecado, reluce algo manchada y
sucia.
Por
eso, lo externo no mancha tanto como lo interno. Es en el interior de
lo más profundo de nuestro corazón donde se fraguan las malas
intenciones que verdaderamente manchan al hombre. Y es ahí donde tenemos
que poner nuestro esfuerzo y voluntad para, por la Gracia de Dios,
mejorar y purificarnos.
No
son importantes los ritos sino la expresión de lo que verdaderamente
vivimos y creemos. De tal manera que si, los ritos, no corresponden a la
vida, estamos mintiendo y aparentando lo que no somos. Esa actitud fue
la que hizo que Jesús respondiera así al fariseo que lo había invitado a
su casa:
-«Vosotros, los
fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro
rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo
también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio
todo.»
Danos Señor la luz para que nuestra vida y obra exterior sea y corresponda a la que sentimos interiormente. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.