miércoles, 27 de agosto de 2014

POR FUERA Y POR DENTRO

(Mt 23,27-32)


Una vez más, Jesús descubre lo indigno que se esconde debajo de nuestras apariencias. Nos gusta que nos vean como deseamos ser, pero escondemos lo que realmente somos. Y esa es la mala actitud que nos pervierte y nos aparta de Dios. Porque no debemos esconder nuestros pecados, sino descubrirlos y ponerlos en Manos del Espíritu de Dios para que, por su Misericordia, nos perdone y nos transforme en ser mejores.

Nos convertimos en hipócrita o fariseo desde el momento que aceptamos el juego de ser lo que no somos, porque realmente el pecado consiste en mentir. Disfrazar la verdad, favorecer la injusticia y el egoísmo y contravenir la Voluntad de Dios. Adán y Eva se esconden cuando han desobedecido a Dios y tratan de engañarle acusándose mutuamente. Es ese el caldo de cultivo desde donde nace el fariseísmo y la hipocresía.

Abrir nuestros corazones endurecidos, mentirosos, falsos e hipócritas, y desnudarnos ante Dios y los hermanos, con la santa intención de purificarnos en el Espíritu de Dios es el camino de ir vaciándonos de todo aquello que nos contamina y nos pervierte. Porque lo que se ve descubre la mentira y fortalece la verdad y la sinceridad. Y eso rompe la hipocresía.

Nuestro Padre Dios sabe de nuestras debilidades y pecados, y sólo nos pide que no los ocultemos, sino que se lo entreguemos para que, por su Misericordia y Amor, purificarlos y perdonarnos. Pidamos guardar esa actitud, por la Gracia del Señor, para, despojados de esa actitud farisaica, vivir en la actitud de la verdad y el amor.

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