martes, 10 de junio de 2014

SAL Y LUZ



Dos factores muy necesarios para recorrer el camino de nuestra vida. La sal le da gusto a nuestros alimentos y los hace más apetecible y sabrosos al paladar. La luz alumbra la vida y nos descubre los colores, el camino para evitar los obstáculos con los que podamos tropezar. Ambas, sal y luz, nos son muy necesarias.

Pero de la misma forma, los cristianos tienen que ser la sal del Evangelio. Esa sal que da entusiasmo y sabor a la Buena Noticia que nos habla de la salvación del hombre. Esa sal que nos mantiene despierto nuestro corazón por gustar y saborear el banquete de salvación que es comer el Cuerpo y beber la Sangre de nuestro Señor Jesús. Esa sal que se derrama y contagia de perseverancia a todo lo que toca y les impetra del olor de gozo y felicidad que es encontrar al Señor Jesús. 

No desprender ese perfume que transmite el aroma de amor de Jesús sería descubrir que la sal de mi Evangelio se ha corrompido y no da los frutos de sabor y conservación evangélico.

Caminar en la oscuridad es avanzar sin rumbo, sin sentido y directos al precipicio. La luz alumbra nuestros pasos y nos descubre el verdadero rostro de Jesús orientados por el gusto y el sabor del gozo que se siente al experimentar su Amor. 

Ese Amor que Él nos revela y nos enseña con su Vida y su Testimonio, y que nosotros, por la acción del Espíritu Santo, queremos transmitir a todos los que prueban nuestra sal y se alumbran en nuestra luz.


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