sábado, 11 de enero de 2014

LA LEPRA CONTAGIA

(Lc 5,12-16)

Aparentemente hay mucha gente sana. Yo, aunque tengo en estos momentos un ligero resfriado, al menos eso creo, me considero sano. Y todos procedemos de esa manera. Visitamos los hospitales para ver a los enfermos porque nosotros, de momento, no necesitamos médicos.

Nuestros ojos no ven más allá de la realidad que tenemos delante, porque hay muchas enfermedades que se ocultan a ellos. Sin duda que la lepra se ve, pero hay muchas otras clases de lepras que nos son escondidas y permanecen ocultas sin, incluso, descubrir su existencia.

No voy a enumerarlas, porque cada uno debe buscarlas, pero sí reflexionar que mientras no me descubra enfermo, limitado, apegado a muchas cosas que me impiden ser y actúa en libertad, no puedo ni sanarme ni ayudar a otro a que vea la luz de la salvación. Porque sólo cuando me sienta enfermo, como yo ahora, buscaré la medicina que me sane mis dolencias.

Me puedo curar del resfriado, pero volverá de nuevo. No sé qué lugar ocupa éste en mi vida, pero ya son bastantes los padecidos. Y me salvaré de esta clase de lepra, pero volverá otra hasta que me llegue mi hora. Por lo tanto, lo importante y necesario es buscar una medicina que me cure para siempre. ¿La hay?

Yo sí creo que la hay, eres Tú, mi Señor Jesús, que te has hecho Hombre y has venido para salvarnos, no de una lepra o simple resfriado, sino de la lepra de la muerte.

Dame Señor la luz de hacer de mi vida una eterna oración de alabanza y súplica por tu Gracia.

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