sábado, 18 de enero de 2014

DIME CON QUIÉN ANDAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES


(Mc 2,13-17)

Los refranes tienen mucho de verdad aunque no todos se pueden aplicar y guardan matices que no siempre se cumplen. Pero sí que es verdad que las apariencias y las amistades nos inclinan a juzgar a las personas y hasta repudiarlas por su presentación. No es cosa de ahora, sino que ha sido siempre.

Jesús tampoco escapó a eso en su época. Fue criticado porque compartía mesa y mantel con pecadores y publicanos. Ocurre hoy también que depende con quien vayas, te presentes o compartas comida, serás juzgados por los que se piensan y creen mejores y más limpios que los demás.

No deja de ser una idiotez que te creas superior a los demás, pues todo pasa por ponerte en su lugar y ver cómo lo harías tú. A veces son nuestros miedos y respeto humano lo que nos impiden actuar de la forma que nos gustaría y criticamos a los demás cuando nosotros si pudiéramos haríamos lo mismo. Nuestra mentalidad rural o urbana decide en muchos momentos nuestra forma de comportarnos.

De cualquier forma, Jesús nos une y nos revela un mismo Padre. ¿Cómo entonces puedes considerarte más que tu hermano? ¿Acaso un Padre Bueno y Justo no nos dará a todo lo mismo? Si uno tiene esta debilidad o esta imperfección, ¿Dios no lo quiere igual? Si Dios nos quiere a todos, ¿cómo tú haces distinción y te permites excluir?

No son los capacitados y perfectos los que necesitan médico. Esos ya lo tienen, ellos mismos. Son los enfermos, los pobres y pecadores los que necesitan ser sanados.

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