lunes, 11 de noviembre de 2013

CONSECUENCIAS DE NUESTRO ACTUAR



No se trata de alborotar ni de armar escándalo en el sentido estricto de la palabra. Se trata de que nuestro actuar deja consecuencias que puede intoxicar o purificar a los demás. En uno u otro sentido decimos que escandalizamos a los demás, sobre todo a los más indefensos e ingenuos, que como siempre son los más débiles y pequeños, es decir, los niños, cuando les inducimos a cometer malas acciones.

Es tan importante y grave que Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños».

Por eso, como somos débiles y propensos a tropezar con la misma piedra, necesitamos orar y alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre del Señor para, arrepentidos, liberarnos de la tentación y provocación de escandalizar. Tenemos la promesa del perdón, y experimentamos que, por la Misericordia de Dios, somos sostenidos y perdonados siempre que nos duela nuestra actuación y nos arrepintamos de corazón.

De la misma manera tendremos que perdonar nosotros cuando, reprendido el pecador, presente un corazón sincero y arrepentido. Porque sin arrepentimiento no hay perdón, condición indispensable para que el perdón se produzca. Así, descubrimos que, siempre que sintamos dolor y arrepentimiento por el mal hecho a alguien, encontraremos la comprensión y Misericordia del Padre Dios.

Pidamos que el Señor, como hicieron los apóstoles, nos aumente nuestra fe, porque es tan pequeña que se resquebraja al menor descuido y tropiezo.




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