lunes, 21 de octubre de 2013

LA NECEDAD DE LA RIQUEZA

(Lc 12,13-21)


Hay mucha gente que anhela ser rico. No me atrevo a decir todos porque conozco también a muchos que no lo anhela, pero diría que mucha, mucha gente. Es una gran tentación porque con el poder de la riqueza se puede hacer muchas cosas. El mundo puede, aparentemente, verse de color de rosa sin serlo, porque nosotros, los hombres y mujeres, somos muy aficionados a autoengañarnos, y ese tipo de felicidad efímera y temporal, pero inmediata, sin esfuerzos y simplemente apretando un botón, nos gusta y atrae.

Con riqueza podemos conseguir muchos caprichos, antojos, deseos y privilegios. Por eso damos mucho valor a la riqueza. Diría que el mayor poder. Todo, decimos, tiene su precio, y con riqueza se puede comprar. Sin embargo, aquellas palabras que Jesús dijo a la gente de su tiempo, hoy nos las dice a nosotros: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».

Y en nuestra vida hemos constatado por propia experiencia que eso es verdad. Observamos que mucha gente rica se ha quedado en el camino. Mayores, jóvenes y hasta niños. Sus riquezas no le han servido para salvar sus vidas. Y es que la vida no depende del ser rico o pobre. La vida depende de reconocernos hijos de Dios y coherederos, en y por los méritos de su Hijo Jesús, de su Gloria.

La experiencia nos dice que debemos estar preparados. Preparados para recibir la llamada del Señor y partir hacia su presencia. Y esa preparación no consiste en acumular riquezas sino en atesorar vivencias de amor al estilo de Jesús. ¿A qué esperamos? Pues la llamada nos está esperando en cualquier momento.

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