domingo, 27 de octubre de 2013

LA NECEDAD DE LA APARIENCIA

(Lc 18,9-14)

La mayor parte de nuestra vida es apariencia. Es verdad, por la Gracia de Dios, que aparentamos mucho sin darnos cuenta y sin caer en la cuenta de ello. Porque las apariencias son necedades de nuestra ignorancia y nuestra pequeñez. Somos tan pequeños que, ignorantemente, aspiramos y deseamos ser grandes. Y es entonces cuando aparentamos.

Casi siempre estamos aparentando: aparentamos ser más buenos de lo que somos; aparentamos ser más guapos que lo que somos; aparentamos ser más útiles que lo que somos... Y toda la vida, la mayor parte, nos la pasamos aparentando. De tal forma que, cuando nos mostramos tal como somos aparecen las dificultades (Véase las separaciones matrimoniales y otros).

Eso fue lo que ocurrió entre el fariseo y el publicano. El uno aparentó ser bueno, honrado y cumplidor; el otro se mostró tal como experimentaba ser. El uno fue señalado como fariseo, falso, mentiroso, hipócrita. El otro, reconocido como pobre y miserable, fue perdonado.

Y es que en la vida si nos mostramos tal como somos, tenemos pocas posibilidades de triunfar, de ser aceptado... La vida en ese sentido es una farsa, una mentira, una hipocresía. La vida es una lucha contra corriente. Una lucha entre reconocerme pecador y necesitado de perdón, o de creerme suficiente, fuerte y capaz de dirigir mi propio destino, hasta el punto de mentir si hace falta.

Claro es que necesitamos un mundo donde haya más publicanos que fariseos. Seguro, nos iría mucho mejor a todos.

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