miércoles, 18 de septiembre de 2013

TOCADOS DE MUERTE

(Lc 7,31-35)

Todos estamos enfermos, enfermos de muerte, porque, sabemos que es cierto, la muerte nos espera. No hay nada más seguro ni evidente que la muerte. Nadie se libra de ella. Solemos oír cuando acompañamos en algún duelo que en ese lugar todos tenemos cita. Bien es verdad que no sabemos el día ni la hora, pero sabemos que estamos citados.

Sin embargo, hay una esperanza de vida, y vida eterna. Pero resulta que muchos no la quieren ver. No sólo la rechazan sino que desoyen sus palabras y las critican negativamente. Si ayunan, les parece cosa de locos; si comen y beben, entienden que son unos comelones y aprovechados. Si rezan, unos piadosos y falsos. Y dependiendo lo que hagan, serán una cosa u otra.

Se trata de no aceptar sino su verdad. Esa que les mantiene sus intereses, sus comodidades, sus privilegios... Cierran sus oídos y endurecen sus corazones. Tratamos, autoengañándonos, de justificar nuestra pereza, nuestros deseos hedonistas y apetencias distorsionando la realidad. Construimos sobre arena y cuando lleguen las tempestades: enfermedades, tragedias y problemas todas nuestras ilusiones y fortaleza se vendrá abajo.

En tiempos de Jesús sucedía eso, pero también ocurre lo mismo en nuestro tiempo. Murmuramos y desollemos la voz de la Iglesia. Por un sacerdote o seglar corrompido, corrompemos a toda la Iglesia. Si uno hace mal lo utilizamos para justificar que todos los demás también lo hacen.

¿Es esa también nuestra actitud? Quizás unos minutos nos ayuden a reflexionar donde me encuentro yo.


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