domingo, 7 de abril de 2013

SI NO VEO, NO CREO

(Jn 20,19-31)

Posiblemente, aunque no caigamos en la cuenta, a nosotros nos ocurre igual. Decimos que creemos, pero luego nuestra vida no va en sintonía con lo que decimos creer. Eso nos descubre que hablamos sin mucha conciencia de lo que decimos. Pensamos que podemos aparentar, aunque no sea esa nuestra intención, pero nos autoengañamos, y confiamos en no ser descubiertos.

Pero, tarde o temprano, algo ocurre a nuestro derredor que nos obliga a confesar nuestra fe, y se nos ve el plumero. Eso le ocurrió a los apóstoles, sobre todo a Tomás. Necesitó, y lo exigió, ver para creer lo que les decían sus propios compañeros. ¡Reflexionemos sobre eso!, que no son unos cualquieras los que le dan testimonio y comunican que Jesús estuvo entre ellos. ¡Son sus hermanos en la fe, sus amigos!

Y Jesús, que nos conoce y nos perdona, porque nos quiere hasta darse en muerte de Cruz, le da esa prueba personalmente poniéndole su dedo en sus Manos, y sus manos en su Costado. También a nosotros, a pesar de nuestra incredulidad, nos dice y hace lo mismo. Nos llama y se nos hace presente en la Eucaristía., y nos invita a tocarle con nuestro corazón, a comer y alimentarnos de su Cuerpo y su Sangre. Vive y está entre nosotros. Pero nos cuesta creérnoslo, queremos pruebas que no implican fe ni confianza, y eso, es evidente, que no tiene gracia ni necesita libertad, pues visto no hace falta tomar ninguna elección.

Se nos ha hecho libres para creer, tener fe y confianza en el Señor, y en el testimonio de los primeros que lo han visto, los que fueron sus discípulos y apóstoles. Ellos fueron los elegidos para dar comienzo a la obra de la Iglesia que el Señor dejó en la tierra, y en ellos descansa nuestra fe. Pero, por nuestra debilidades y desconfianzas, tenemos, nos ha sido dado el Espíritu Santo, para que acompañándonos en nuestro camino, nos ilumine, nos enseñe y nos fortalezca en nuestra lucha y peregrinar hacia la Casa del Padre.

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