domingo, 3 de marzo de 2013

PODEMOS PERDERLO TODO

(Lc 13,1-9)


Eso fue lo que le ocurrió al hijo prodigo, perdió todo lo que tenía. Sin embargo, tuvo la humildad de levantarse, reconocer su equivocación y pecado, y ponerse en camino hacia la casa del padre. Se nos está invitando a hacer lo mismo, porque tenemos mucho en común con ese hijo prodigo.

Somos pecadores como él, eso está fuera de toda duda, y tenemos el amor del Padre. Un amor infinito que nos espera hasta el último momento de nuestra vida. Incluso, como nos dice hoy el Evangelio a pesar de que la higuera no da frutos. Siempre hay misericordia en el Corazón del Padre para darnos una oportunidad.

Nuestro Señor Jesús, con su pasión y muerte ha ganado tiempo y esperanza para esas viñas, para que bien abonadas den el fruto esperado por el Padre. Pero nuestra tierra propia, nuestro ser, necesita querer dejarse cultivar, amasar sus miserias con la Gracia del Espíritu Santo, y cargar con la cruz de cada día para que florezcan los frutos esperados.

Dejémonos hundir los clavos de nuestra propia miseria en nuestra tierra pobre y estéril, y amasemos nuestra infertilidad con la Gracia del Espíritu Santo para que, nuestra tierra convertida de estéril a fértil, dé los frutos de la salvación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.