martes, 5 de febrero de 2013

MIENTRAS TENGAMOS RECURSOS

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Mc 5,21-43


Es una forma de actuar, diría, natural. Impulsados por un instinto de conservación buscamos alternativas a los innumerables percances y circunstancias que nos afectan negativamente. El hombre lucha por salvar su vida, y lo hace desesperadamente y con todas sus fuerzas. Es la vida, la supervivencia su mayor don y lo que intenta salvar por todos los medios.

Pero siempre hay un momento que se le acaban los recursos. Se siente impotente y siente desfallecer. Experimenta que ha llegado su hora y se siente impotente para salvar su vida. ¡No hay nada que hacer!

Es entonces cuando levanta su mirada. Siempre, mientras se tenga vida, hay esperanzas. Pero ahora esas esperanzas no están puestas en él, ni tampoco en el mundo. Su mirada levantada mira hacia arriba, hacia lo alto. Como si esperara que viniese desde un lugar superior, por encima de nosotros. Es la hora en que todos los mortales, aún negándolo o no aceptándolo, ponen su vida en Dios. No hay otra alternativa.

Algunos lo hacen totalmente confiados, en paz y seguros de ser acogidos por su Padre Dios que tanto los quiere; otros, quizás algo escépticos, dudan y se entregan porque no tienen a nadie a quien recurrir, y otros se sienten incapaces de reconocer lo que han negado toda su vida. Solo en el silencio y la soledad de los últimos momentos, fuera de la vista de todos, tendrán un cara a cara con el Padre Dios.

Hoy, el Evangelio nos narra hechos que reflejan esto que también sucede en la actualidad. Jairo y la mujer que padecía flujos de sangre son testimonios que dan luz y evidencia lo que aquí reflexionamos ahora. Tu vida, quieras o no, está en Manos de Dios. Él te ofrece y propone salvarla para la eternidad. Tú responderás con tu libertad y tu vida. De ti y de mí depende que sepamos discernir donde esta el verdadero Tesoro de nuestra vida. Vale la pena pensar sobre ello.

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