martes, 3 de abril de 2012

LA CLAVE, RECONOCER NUESTRA MISERIA

“Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. Juan 13,21-33.36-38


Creo que esa fue la clave de Pedro, y la perdición de Judas. Nosotros, por mucho que hagamos, nada nos vale para alcanzar la vida de la Gracia. Sólo Dios puede salvarnos por los méritos de su Hijo Jesús.

Sin embargo, hay algo que Dios no puede tomar de nosotros si no los ponemos en su Mano. Es nuestra miseria y nuestros pecados. Es decir, Dios espera, por la libertad que nos ha sido dada, que pongamos en sus Manos todos nuestros pecados. Es lo que no tiene y a lo que ha venido. Ha enviado a su Hijo para que cargue con ellos, pero para hacerlo tenemos primero que dárselos y dejarlo cargar.

Así lo entendió Pedro. Lloró y puso en sus Manos su cobardía y sus miedos. Pero no ocurrió lo mismo con Judas. Se desilusionó, esperaba otro Mesías. No se rindió al amor y perdón de Jesús. Sus esperanzas estaban puestas en el poder y la fuerza. Desesperó ante la paciencia y la fuerza del Amor de Dios.

Creyó en sus propias fuerzas, en el dinero y la imposición. Hay algunas actitudes que podemos sacar del Evangelio de ayer y el de hoy. Jesús se retira a Betania, ayer, y es acogido en la casa de Marta, María y Lázaro. Betania es un lugar de descanso, de centrar su misión. Está a pocos días de emprender el camino del Gólgota. Allí se siente acogido, comprendido, descansado...

Podemos hacernos una pregunta: ¿Acogemos nosotros así? ¿Somos capaces de comprender, de servir, de dar descanso, de facilitar paz, sosiego y recuperar fuerzas...?

Judas reprochó el gasto de aquel perfume caro gastado en perfumar al Señor. ¿Seríamos nosotros capaces de esforzarnos en perfumar nuestra vida con ese olor a Jesús que nos predispone al amor? ¿No pondríamos reparos a gastar el tiempo, el dinero y lo que sea para que nuestra vida esté perfumada por las actitudes de Jesús de Nazaret?

Y, por último, ese perfume gastado en Jesús lo podemos prolongar en los pobres una vez que Jesús se haya ido. Porque Jesús vivió como un pobre, y su perfume es un perfume que huele a pobres, de forma que cada vez que perfumemos a un pobre, a Él lo perfumamos.

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a ser acogedores, perfumadores del olor de Jesús y perfumar a los que necesitan más que nadie ese perfume. Amén.

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